lunes, 9 de agosto de 2010

Otra Historia

(En medio de horizontes vanos, de persecusión y arrogancia)
Es la indigencia, que como primera palabra, augura un mundo del referente que está por venir, ya siempre sido del deseo y su padre secreto. Es “deseo”, es “angustia”, es punción de ser nacido de la lengua del otro, de la lengua que trenzada, más allá del otro, funde, con un beso mortal, el nosotros del abrazo que llama el abismo, que tiende el puente de un cristo, ¡Qué digo!, ¡de alguien más que cristo! De alguien que no sea muerte y redención. De alguien que sea cuerpo y fundación. Que sea Tierra. Fascinación silente que observa su rostro en tus ojos. Mundo. Otra vida, mi más querido anhelo. Fuego a quien siempre pertenecí.
Anhelo de la llama del tiempo, que en su abrazo llame la llama del hombre y la mujer, del abrazo sibilante que agota lo requisitado, el plebiscito del placer, el agobio de los recuerdos de las pieles que tatuaron sus rostros en las nuestras: sus muertes, sus pecados. Que ahogue el fuego y queme la profundidad.
Es de los tiempos que no son, porque desconocen cualquier cosa que confundamos con realidad. No existe, es como el viento que seca el sarmiento, independiente a cualquier acción humana, a cualquier atribución de autor. Es el desierto de dos cuerpos en uno solo. Nadie ha recorrido ese camino, no al menos para dar cuenta de sus sentidos.
¿Se puede vivir en rebelión? Un oasis. No, se muere en ella, en la rebelación de los pasos a transitar entre los amantes que se saben más allá de pueblos y naciones… Pero dicha muerte posee otro nombre. Aun acaso tragedia sea insuficiente.
Es conferencia, trasn-epocal, de los besos y los abrazos, del nosotros, que desconoce de sí mismo, porque nunca hemos tenido tiempo ni especio, porque sólo las palabras nos conocen, nos des-conocen en sus llamas y devastaciones. Por que nos perdimos contando pequeños tesoros que llamamos vida, o belleza, o justicia. Es la palabra, que inunda… y si soy, es por que soy de ella. Un día será carne. Entonces seré hombre entre tus piernas.
Entonces, tal vez, morimos, estamos muertos, ya siempre en ellas, en el juego de su silueta y destrucción de conciencia.
Ahí no hay alturas ni abismos, ni extensiones u horizontes. El fuego es, y su llama alumbra. Lo demás… insiste en su olvido.

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