domingo, 4 de abril de 2010

Acribillado no tolera
los hilos de los ojos que lo miran.
Se ha hecho una marioneta
de las palabras que en otro día dijo.
Así se encierra en casa de los giros agónicos
del entramado de su propia pena.
¿Era ella? No, por favor no,
no confundamos al amor con la ironía.
¿Quién fue entonces?
La inexistencia del tiempo de su propia vista.
Si pudiera ver seguro no tendría sus ojos.
Si pudiera ver sus ojos no lo acribillarían.
Su alma no sería el hilo de una mano desconocida.

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